Los docentes, como cualquier otro profesional, somos parte de un sistema que se compone de diferentes elementos que interrelacionan entre si formando un todo que viaja, o debería hacerlo, en la misma dirección. La realidad se empeña en demostrarnos lo contrario.
Todos conocemos a grandes rasgos esos eslabones de la cadena educativa. Pero hoy quiero hablar concretamente de uno de ellos: la inspección educativa.
Los inspectores son unos desconocidos para casi todos, empezando por las familias y siguiendo por los docentes. En el primer caso porque, salvo en comisión de escolarización, al inspector parece no importarle lo que les pase a las familias, si no le salpica algún caso escandaloso, claro. Y en el segundo supuesto, porque los docentes trabajamos mejor sin su presencia, hemos llegado a la conclusión de que no nos aporta nada positivo, así que mejor que no moleste.
Es, acaso, un ente abstracto que se alimenta de comisiones de escolarización y expedientes disciplinarios? Desgraciadamente lo parece, visto lo de arriba, pero no es cierto.
Los inspectores tienen una gran labor que cumplir, pero desgraciadamente cumplen un papel puramente administrativo y burocrático, el de eliminar el problema (sea cual sea) sin que le salpique personalmente. Por un lado haciendo valer lo firmado ante las familias y en segundo mediante su poder superior ante el docente. Conocedores de leyes, decretos, artículos varios… son, en la gran mayoría de los casos, unos ignorantes de las dinámicas educativas innovadoras.
Hablarles de PBL, BYOD, TPAK, flipped Classroom, SAMR, creatividad, taxonomía de Bloom o cualquier dispositivo que empiece por “i” para ser usado en el aula, es hablarles en chino.
Lo que más echo de menos de la figura del inspector en la labor docente, es su papel de ayudante en el proceso de innovación educativa que exigen los tiempos y reclamamos algunos. Después de casi veinte años en la docencia, todavía no he encontrado un inspector que se preocupe por como estamos abordando los nuevos tiempos, las nuevas realidades, las nuevas dinámicas ni los nuevos instrumentos.
En un caso que conozco de cerca, la inspección da largas a las personas que quieren iniciar un proceso de innovación educativa desbancando los libros de texto como elemento central, dando relevancia a lo que opine el claustro. Parece que el claustro tiene, para el inspector, más poder dentro del aula que el propio docente. Dicho de otro modo, tanto si el claustro tiene intereses espurios con alguna editorial o si simplemente son unos meapilas temerosos de que se les compare con las personas que generan nuevas dinámicas de trabajo, donde el alumnado es el centro del proceso y realizan una función mucho más visible y más importante en las vidas de los pequeños y de sus familias (no sé cuál de las dos opciones me parece peor), el poder del claustro permite -siempre según el inspector- determinar si se ha de seleccionar libro de texto para un aula en concreto.
De poco sirve hablar del trabajo por competencias cuando el inspector de turno no sabe como llevarlo a la práctica. De nada sirve proclamar que sólo desde la propia creación de experiencias por parte del alumnado es cuando se genera verdadero aprendizaje, si el inspector se agarra a lo que firme el claustro en un papel. Es inútil crear dinámicas de trabajo diferentes si la inspección está de la mano con el grupo acomodado.
Es necesario que los inspectores se sumen al carro de la transformación de la educación, que enarbolen la bandera del riesgo dentro y fuera de las aulas, ayudando, fomentando y alimentando las iniciativas emprendedoras de los docentes que quieren mejorar el sistema y no simplemente para sobrevivir en él. El día que encuentre a un inspector que crea en esta labor, habré encontrado uno de los más importantes eslabones de la cadena en funcionamiento.