Cada vez que estoy en un sarao, de los que detrás hay un montón de personas que intentan que todo cuadre, que funcione a la primera, que los elementos técnicos no llamen a Murphy y que tienen que rendir cuentas ante alguien… me doy cuenta del enorme capital humano que tenemos. La gente que he tenido el placer de conocer en le CAFI de Santiago de Compostela estos últimos meses y las jornadas de Escol@TIC son una buena muestra de ello.
Quizás ese es el primer escalón de excelencia que debemos buscar, no creéis? Esa tan cacareada excelencia la tenemos entre nosotros, trabajando duramente, asaltando los problemas técnicos, asumiendo retos aún cuando no hay necesidad para ello, intentando que absolutamente todo salga bien incluso cuando las condiciones técnicas implican un mayor trabajo si cabe.
Esa excelencia se tiene dentro y fuera del sistema. Dentro porque trabajan a diario intentando mejorar el sistema desde dentro y “deberían” ser escuchados, porque saben de lo que hablan y son los mejores asesores técnicos.
Y desde fuera, cuando se llama a una serie de personas a contar sus experiencias o a proponer un futuro diferente para la escuela… y eso hay que valorarlo de alguna manera.
En estos momentos de crisis, donde se han recortado el número de docentes en el aula, quizás no es el mejor momento de promover una cultura de valoración de excelencia en los planteamientos educativos y tecnológicos. Porque esas personas -y otras muchas mucho menos visibles- (aunque pueda sonar muy pedante, lo sé) marcan la diferencia y muestran un camino necesario en esta necesaria transformación de la educación.
Valorar es necesario, y no me refiero sólo a cuestiones económicas, aunque evidentemente ese tipo de recompensa es necesaria en ciertas circunstancias. No hace mucho leí un estudio en el que se afirmaba que cuando un profesional alcanza cierto grado de gratificación económica, sus intereses no giran en torno a cobrar todavía más sino a otro tipo de recompensa: ser escuchado por sus superiores, reconocimiento profesional y social, currículum, posibilidad de mejoras en la estructura a la que pertenece, capacidad de decisión…
Y creo que, entre el capital humano de dentro y de fuera, es necesario mostrar algún tipo de valoración. Económicamente no es muy defendible ahora mismo solicitar gratificaciones económicas con las restricciones actuales, pero tampoco sería muy normal mantener las actuales condiciones durante mucho más tiempo.
Y, como venía diciendo, puede ser mucho más interesante tener a las personas acertadas, a los asesores, a los “evangelistas”, a los mal llamados “gurús” o a lo líderes de pensamiento realmente innovador realizando otras funciones: funciones de mentores o tutores, realizar funciones de asesoría en las que verdaderamente se les escuche, o incluso dotarlos de tiempos libres que sean usados para poder mostrar y esparcir las nuevas ideas por otros lugares.
Porque, de lo contrario, corremos el riesgo de “quemar” a esta gente, de llevarlos al ostracismo más absoluto, al “ninguneo”, al olvido. Y eso es, justamente, lo único que no podemos permitirnos hacer con el capital humano.