Hace tiempo escuché a Jordi Adell en persona algo que se ha hecho ya popular (y no menos cierto), se trata de la sensación de que en educación, como en otras áreas de la vida, nos dejamos llevar por las luces brillantes de la tecnología… nos nubla la visión, nos hace desenfocar lo que persibimos.
Yo, como buen friki, pensaba que eso iba destinado a otros, a aquellos «informáticos» metidos dentro de las pantllas de sus quipos tecleando sin parar signos ininteligibles. Pero no… nadie está libre, yo tampoco.
Hace poco, en el trabajo, un compañero también relacionado con la tecnología expuso su percepción de la impresión 3D, y no por no creer en ella sino por el hecho de que se estaba integrando en los centros a lo bruto, sin sentido, como el resto de tecnologías que se han incorporado durante los últimos decenios y de forma masiva en las aulas: los ultraportátiles de la administración «a la escula 2.0», las pizarras digitales interactivas, etc.
Me hizo pensar ya que veía la impresión 3D como algo espectacular y ciertamente lo estamos planteando muy mal cuando, a los más pequeños, les obligamos a abandonar la plastilina para que «dejen de jugar de una vez y se pongan a aprender de verdad» cuando llegan a primaria o la absoluta ausencia de espacios para trabajar creaciones artísiticas y funcionales con barro, la experimentación con química o la demostración de teorías físicas… de forma manipulativa, de forma empírica.
La impresión 3D tiene un buen papel que jugar en un aula, nadie lo duda, y, desde ella y con ella, se pueden hacer grandes cosas. Y lo mismo sucede con la programación, de la que también estamos viendo como se incorpora sin sentido a la educación, metiendo horas como asignatura como si eso fuese un elemento a tener en cuenta para el futuro.
Al final, de lo que siempre adolecemos es de un planteamiento más abierto, de una mirada menos cortoplacista en la que la tecnología juega un papel importante, pero sólo eso, un papel que sin otros actores pierde mucho sentido.
La robótica, la impresión 3D, la programación… no tienen en abosluto sentido de utilización en etapas no universitarias si no van ligadas a la creación de experiencias de aprendixaje mediante dinámicas activas, pero aún es poco, deben ser retos como establece la metodología CBL. Y es ahí cuando, incorporando una metodología de trabajo por proyectos o mediante retos o incluso creando un contexto de modificación etructural del centro con Design thinking es cuando tiene sentido incorporar elementos tecnológicos.
Pero entonces, si esa mirada amplia ha tendo éxito y vemos las etapas iniciales de otra forma, si vemos los espacios de otro modo y creemos que experiementar, criticar, dudar, errar, colaborar y reflexionar es, de verdad, el verdadero currículo que debemos potenciar.
Y ya no estarán solos. Ya podremos verlos como una extensión de elementos más simples como el barro, o la plasilina o como elementos potenciadores en los laboratorios, o como sistemas de juego o como lo que podamos inventar en ese tiempo que tenemos con las nñas y niños.
Mientras no sea así, creo que daremos todavía muchos más palos de ciego introducineod tecnología sin ton ni son en las aulas.