Se dice que en los primeros tiempos, la educación seguía una modelo de 1 to 1 (uno a uno), es decir, un maestro que mostraba a su discípulo los caminos del saber. En la antigua Grecia son famosos los maestros que, con el tiempo, han llegado a ser considerados como auténticos mitos del conocimiento. Famosa es la relación entre Sócrates y su discípulo Platón, y éste, que posteriormente fue maestro de Aristóteles. Todos ellos grandes filósofos.
Evidentemente es una relación que sólo se podía establecer (y siguió estableciéndose durante siglos) con los más pudientes y adinerados. Únicamente la iglesia mantuvo una relación diferente, intentado adoctrinar nuevos adeptos y mantener y transmitir en el tiempo los escritos en los que se basaba su fe.
Y esto sólo cambió con la llegada de la revolución industrial, ya en el siglo XVIII. La necesidad de conseguir mano de obra mínimamente cualificada y en cantidad para poder ser usada en las recientes zonas industrializadas. Fue entonces cuando el modelo 1 to many (uno a muchos) tuvo su inicio más espectacular.
Como bien dice Sir Ken Robinson, las necesidades laborales del momento definieron las cualidades de las instituciones y sus objetivos y, por supuesto, el tipo de educación que se realizaría.
Lo curioso de este proceso de aprendizaje-enseñanza es que ya no radica en cuantas personas podemos atraer a nuestro alrededor como docentes, sino también en lo que hacemos con ellos cuando están en nuestras aulas. Personalmente creo que una de las mayores diferencias en cuanto al modelo de los clásicos con respecto a todo lo que ha venido después, no ha sido únicamente cuántos discípulos -aunque es un hecho que condiciona tremendamente la calidad del proceso, por mucho que el inefable Wert dijese lo contrario en sede parlamentaria y aunque, cuando lo decía, el ex-ministro hablaba de un modelo tradicional unidireccional y expositivo- sino que el modelo griego se centraba en preguntas-respuestas como modo de llegar a propias conclusiones, despertar la curiosidad, desglosar la realidad, provocar pensamientos complejos y argumentos profundos, lo que se ha venido a llamar el debate o método socrático.
Lo que no hemos sido capaces de modificar ha sido ese modelo 1 to many en el que los contenidos son los reyes. Lo siento, la cruda realidad es que la mayoría de los docentes sigue enseñando centrándose en los contenidos y muy poco en las competencias. Es imposible, imposible, desarrollar una competencia como la relacionada con el sentido de la iniciativa y espíritu emprendedor si la desarrollamos en base a monólogos del docente y exámenes escritos.
Para que esto pueda ser una realidad, tienen que suceder una serie de cambios a alto nivel, además de los cambios en el aula. O dicho de otro modo, para que el docente de aula pueda realizar su particular viaje metodológico, los que cortan el bacalao tienen que pasar a pensar de otro modo.
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por ejemplo, esperemos que sea cierto que eliminamos los estándares de la futura ley educativa. Sería una de las variables que más pueden ayudar a nuestro alumnado a no ser encasillados y estandarizados.
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las metodologías activas requieren de una propia financiación para el profesorado y sus aulas. No podemos estar tirando dinero en cheque-libros mientras el profesorado que trabaja con metodologías activas no recibe ni un céntimo.
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el desarrollo de proyectos pedagógicos y metodológicos no pueden supeditarse a anacrónicas formas de repartirse los cursos basados en antigüedades y otros formalismos más propios de otras apocas y de otras formas de entender el poder.
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la figura del inspector/a no puede delimitarse a un mero transmisor de leyes y normas que no tengan por delante la necesaria adecuación de las formas a las necesidades de presente y futuro del alumnado.
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la utilización de la tecnología no puede supeditarse a programas determinados por las administraciones en donde el papel de la metodología prácticamente desaparece y se posicionan por delante otras cuestiones como el tipo de licencia de software que acaban prostituyendo el propio objetivo del mismo.
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pero sobretodo…
Sin embargo, todos esos aspectos, que tienen muchísimas importancia en lo que entiende un país por educar, se diluyen al entrar en un centro educativo, el cual tiene más capacidad de maniobra de lo que podamos pensar. Por ejemplo, pocos docentes saben que en educación infantil y primaria no es obligatorio dar a las familias un boletín de notas numéricas… lo que no significa que éstas no tengan que ser almacenadas en el sistema con el que trabaje el centro educativo. Y este boletín puede (y debería) ser suplantado por un informe individualizado de cada alumno a cada familia en el que se les hable del estado emocional, social y cognitivo del pequeño, porque esas tres esferas son esenciales y coexisten en cada uno de nosotros.
Y, como hemos dicho siempre, la cuestión metodológica no es una mera cuestión ni una más en el tablero, puede definirlo TODO. Es la distancia entre la participación activa en el propio aprendizaje del alumnado y un monólogo del profesor que exige respuestas en forma de examen escrito.
Pero todavía más allá del hecho de cómo enseñamos, está el propio hecho de cómo nos comportamos. Está demostrado empíricamente que el alumnado que recibe un feedback positivo en base a su esfuerzo, a los errores cometidos por los niños y su tratamiento por parte de los adultos (docentes y familia básicamente) desarrolla unas mejoras tanto emocionales como cognitivas en su propio aprendizaje, la más que comentada aquí «Mentalidad de crecimiento«. Si queréis saber más sobre el tema de SEL sólo tenéis que leer las entradas que existen en este blog, como la estructura curricular desarrollada en torno a él aquí.
Y todo lo anterior viene a desembocar en algo que siempre me ha parecido que hacemos (MAL) los docentes y se resume en la imagen de portada de esta entrada y que aquí recupero que me recuerda a muchas de las imágenes diseñadas por Tonnuci (bajo el seudónimo de Frato), el gran pedagogo.
Esta imagen define muy claramente unos de nuestros mayores males como docentes, y es poner por delante el curriculum, la «programación» e incluso al profesor por delante del niño, de sus necesidades, de sus sueños, de sus inquietudes, de sus ganas. Pero luego diremos que trabajamos competencias, el espíritu emprendedor, el pensamiento crítico, la creatividad, blablabla.
Por cierto, hace un año aproximadamente, Francesco Tonnuci visitó Pontevedra y Vigo para hablar de su proyecto «Ciudad de los niños«. Lamentablemente no pude estar personalmente con él en la visita que realizó al colegio de CEIP Viñagrande-Deiro pero dejé recado para que, desde allí, le preguntasen sobre cómo ve él la evaluación, a lo que él respondió:
Comments: 2
Me encanta el artículo. Nada es imposible pero cada día que paso en la educación veo más difícil llegar a que todos entendamos las ventjas de trabajar en función del niño no de los contenidos.
Gracias Mateo. Efectivamente es como tú afirmas. El problema de multitud de docentes es hacer de los contenidos el centro de su hacer y adaptar el alumnado a su persona, a sus modos y a sus particularidades. ¿No debería ser al revés? No deberíamos potenciar lo que se le da bien a cada uno y lo que le apasiona al alumno, intentando ayudarle a salir del paso de lo que se le da mal?
Más que difícil conseguir eso cuando además se juntan otras variables como una ley falsamente creada para el aprendizaje, una falta de autocrítica del profesorado y unas condiciones nada igualitarias para los que trabajan desde el riesgo, las metodologías activas y la innovación. Parece siempre más importante para las administraciones el impacto mediático que el desarrollo REAL de las personas (incluso de su propio profesorado)