Tenemos, en mi opinión, un grave problema alrededor del tema de la evaluación. Después de tantos decenios haciendo prácticamente lo mismo, es decir, pedir al alumnado que (básicamente) recuerde datos y, como mucho, los aplique a casos que han trabajado (descontextualizados en su mayor parte) en clase, es muy difícil realizar un cambio profundo que implique una visión renovada, más amplia y menos constreñida.
Desde luego no ayuda al cambio un sistema claramente asentado en el pasado. La propia administración para empezar, siguiendo con el papel asignado a la inspección educativa y terminando con una vivencia del docente que no se aparta mucho de lo que ha recibido como alumno. Y tampoco ayuda que las numerosas y nada productivas leyes educativas no hayan cambiado un ápice la baraja con las que jugamos: nº de docentes, nº de alumnos, asignaturas, sesiones por semana… dinero. Por mucho que se empecinen los unos y los otros en ver “su ley” como una revolución o evolución necesaria, en realidad poco ha cambiado.
Quizás deberíamos comenzar por utilizar otros términos, otros modos de nombrar lo que queremos hacer, pero tampoco tendría sentido si no nos creemos con toda sinceridad que hacerlo de otro modo es mejor, y sobre todo esencial, para nuestro alumnado.
Las palabras que el profesor dedica a un alumno tienen más impacto en el aprendizaje que cualquier 10 que se pueda conseguir. Esta frase la he oído en más de una ocasión -y relacionado con las investigaciones alrededor de la neurodidáctica… y tiene todo el sentido del mundo. Nos hemos acostumbrado a determinar el aprendizaje con nota, con numeración, con letras, con pequeños mensajes incluso, pero básicamente un aprendizaje cognitivo. Y hemos dejado otros elementos fuera de la cuestión, o como mucho con un nivel de importancia mucho menor.
Y no tengo nada claro de que esto sea lo necesita el alumno.
Y en este sentido, volvemos a ver la educación como una evaluación de procesos cognitivos. En momentos en los que se viene hablando de “aprender”, “aprender a hacer” y “aprender a ser” es un enorme sinsentido no valorar estas cuestiones. Si realmente queremos mostrar una escuela adaptada a los tiempos que corren, debemos tratar de darle un espacio significativo a las habilidades del comportamiento, las consabidas “soft skills”.
Pero también requerimos, exigimos, un peso real y profundo de los procesos creativos, con las expresiones artísticas tan queridas como denostadas a nivel educativo… por mucho que digan que no desde las administraciones. Y también el valor que un pensamiento crítico, la gestión de los sesgos cognitivos o las estrategias de empatía llevadas a cabo, elementos fundamentales para valorar a las personas en todas sus esferas.
Y finalmente, en las edades tempranas, las tan necesitadas funciones ejecutivas, fundamentales para poder desarrollarse como aprendiz.
Por ello es importante que los docentes y los centros educativos demos un paso al frente para diferenciarnos de una evaluación que se ha convertido en un sistema parametrizado que desglosa a las personas y que decide hasta el nivel de estudios o el acceso a becas. Por no hablar de las situaciones dantescas que están comenzando a aflorar y que, tristemente, no parece alarmar a casi nadie.
En mi caso, creo que ha sido tan o más importante mantener una relación con las familias y con el alumnado mucho más cercano, más amplio y más directo que los simples boletines, caducos y tremendamente reducidos. Esa es la base para dar a conocer nuestro parecer, nuestra valoración… en definitiva, cómo vemos a cada una de las pequeñas personas que están en el aula.
Y eso llevó a crear una forma personal de mostrar mi punto de vista. Y así comenzó todo en mi aula. En los Tigres y Gallifantes.
Y desde ese punto inicial, conseguimos discutir en nuestro centro qué tipo de valoraciones queríamos aportar a las familias. Y hemos crecido, ¡¡vaya si hemos crecido!!
Ahora hemos mejorado el modelo, le hemos incorporado elementos que creemos importantes y lo hemos hecho llegar aa todas las aulas, para todos y en todos los trimestres.
Ese es el verdadero valor del trabajar en equipo en un centro educativo. Generar cambios reales a nivel aula es muy complicado, pero si lo conseguimos a nivel centro es cuando realmente marcamos la diferencia.
De modo que, si os sirve todo este planteamiento para “valorar” otras cosas y para tener un punto de vista diferente, bienvenido sea.