Todos hemos hecho exámenes y seguimos haciéndolos. De hecho, nuestro sistema educativo se basa, lamentablemente, en lo que el alumnado puede reproducir en un examen por escrito. Por mucho que algunos digamos que la escritura es sólo una de las formas de comunicar y que, como todos sabemos, ni es la única ni en muchos casos la mejor forma de dar a entender lo que sabemos.
Por desgracia, es un perfecto ejemplo de cómo el sistema reconoce la variedad y la riqueza con la que se produce el aprendizaje pero se niega a transformar el modo de enseñar ni de reconocer lo que saben los niños a nivel sistémico.
El caso es que seguimos teniendo los exámenes por escrito como base para reconocer qué saben o no saben nuestras alumnas y alumnos, incluso en pruebas reconocidas como de «alto riesgo» como diría Sir Ken Robinson, como son las reválidas de 6º de primaria y, sobre todo, la que se realiza en 4º de Educación Secundaria, pruebas que determinan muchísimo qué serán en su futuro.
Pero fuera de ese examen de alto riesgo, y de forma más preocupante añadiría, están todos los exámenes que realizamos al alumnado día a día. Esos exámenes para reconocer lo que saben -perdón, para reproducir lo que han memorizado, aunque sólo sea durante 15 días, que es lo que dura en nuestras mentes los contenidos más variopintos que prácticamente nunca más utilizaremos- contienen una variable que no evaluamos pero que es esencial en el desarrollo de la prueba. El tiempo.
Como si no fuese suficientemente complicado realizar una prueba, la incrustamos en una unidad de tiempo que, bajo nuestro acertadísmo e infalible criterio y, como siempre, decidimos que es una unidad válida para todo el alumnado. Así, el resultado de la prueba se ve alterado e influido por una variable que ni debería estar ahí. Esa unidad de tiempo establece en el alumnado no sólo una cuestión de presión a mayores sino que además les obliga a priorizar preguntas y respuestas en base al tiempo y no a sus conocimientos.
Las cosas han cambiado, la sociedad no requiere de nuestro alumnado que sea capaz de contestar a una determinada pregunta o actividad en dicha unidad de tiempo especificada. Ni siquiera que pueda sacar notas de un examen escrito. Como dice el vicepresidente de recursos humanos de Google (ya sabéis, esa startup que casi nadie conoce) las empresas, o por los menos, las grandes empresas tecnológicas, no están interesadas en personas que sacan muy buenas notas, porque consideran que se han convertido en individuos que se han especializado en adaptarse a un sistema que poco o nada tiene que ver con lo que se exige fuera de las escuelas, fuera del sistema educativo. No significa que esas personas vayan a funcionar mal fuera del mismo, sino que el sistema educativo y sus calificaciones no nos aseguran que los mejores sean los mejor valorados dentro de él.
Y están empresas van a por los mejores. De hecho, Google tiene cada vez un mayor número de oficinas con personas que nunca han ido a una la universidad, llegando a ser hasta el 14% de su personal. Eso, en una empresa tecnológica como Google, es reconocer abiertamente la falla del sistema educativo.
Quizás debería ser ya hora de darnos cuenta de que, eliminando ciertas trabas y con pequeños ajustes, simplemente con pequeños ajustes, ya estaríamos dando opciones a chicas y chicos a los que la variable tiempo ejerce una influencia negativa, un sistema añadido de presión y, desde luego, un cortapisas para demostrar qué saben.
Y de eso debería de ir la evaluación, ¿no? Cuanto sé… no cuanto sé por minuto.