Todos conocéis el juego tradicional de la ‘gallinita ciega’, verdad? Por si acaso, yo os lo explico. Se basa en que la persona en el centro del círculo de jugadores tiene los ojos vendados e intenta, de este modo, determinar quién la persona a la que atrapa mientas todos, a su alrededor la empujan, le estorban, la desorientan. Estaba pensando en este juego cuando hablando con compañeros ADE durante una reunión este fin de semana y porqué? Porque es la representación perfecta de lo que hacemos con la educación en este país. Todos los que estábamos allí queremos una educación diferente, queremos un cambio, queremos al alumno en el centro, queremos la ‘excelencia’ entendida como la búsqueda permanente de nuestro propio aprendizaje como personas hacia adentro y hacia afuera, ser creativos, independientes, críticos consigo mismo y con los demás, tener buena capacidad de resiliencia, y empatía positiva. Pero, al mismo tiempo, sabemos que esta maldita palabra, como otras del tipo ‘emprendimiento’, ‘competencia’ o ‘educar’ que de tanto mal usarlas las desgastamos, las banalizamos y las estropeamos.
Otros ven esos mismos objetivos pero con un espíritu completamente diferente al nuestro, para otros la excelencia es conseguir la mayor cantidad de superdotados y genios por temporada, para otros es una elevada cantidad de aprobados en selectividad o certificados en formación e incluso hay quien cree que la excelencia es la cantidad de registros en tiempo real o accesos a cursos a online. Y, para complicarlo más, todos creemos que tenemos razón, cuando, en el fondo, todos tiramos de la educación que está en el medio y que, de tanto tocarla, girarla, empujarla, la estamos mareando y de paso, a las niñas y niños que van con ella.
Tengo claro qué es lo que yo CREO (sólo creo, no puedo ir más allá) que deberíamos trabajar, cómo deberíamos trabajar, con qué elementos y para qué deberíamos trabajar.
Es curioso que al final, los que más golpean a nuestra gallinita educación sean los que más dicen defenderla, los docentes más preocupados de acuerdos de departamento, clases magistrales o impartir únicamente su asignatura sin abrirse al mundo, sin acercarse a las necesidades de la sociedad aunque eso signifique que lo que están impartiendo y cómo lo están impartiendo esté caduco. Claro, ¿cómo vamos a decirle a biólogos, matemáticos y lingüistas qué es lo realmente importante a la hora de ser un docente? ¿cómo se nos ocurre?
Los políticos, más interesados en llevarse bien con diferentes lobbies y salir en los medios, en vez de pensar que quizás, sólo quizás, en este cambio que la gallinita intenta conseguir, ni más ni menos que le dejemos a la educación quitarse la venda de una santa vez, todos tenemos que ceder en algo.
Y eso significa que, posiblemente, muchos de los agentes e involucrados tienen que reinventarse, tenemos que reinventarnos. Eso implica que, seguramente, los docentes tenemos que perder esos trasnochados ‘derechos consolidados’ (esperad, van a empezar a caerme piñas de alguno que yo me sé en 3,2,1…), que quizás los políticos deberían echarse a un lado y dejar a los profesionales tener voz y voto, y no a profesionales de su lazo, profesionales que piensen diferente, que no tengan miedo a cambiar estructuras, a cambiar modelos y a arriesgarse. Y de paso creerse ese modelo basado en competencias que se pega de bruces con el examen de contenidos llamado selectividad.
Quizás la universidad debería contar con los docentes de escuela de referencia, de igual a igual, en las aulas universitarias para poder empezar a hablar de formación inicial con algo de criterio.
Quizás, quién determina qué tecnologías o medios se incluyen en las aulas deberían dejar ese espacio a los centros y profesionales para decidir qué queremos utilizar en nuestras aulas y dejar de dar ‘café para todos’ para colgarse medallas y dejarse de ideologías que hablan de libertad pero que son impuestas a la fuerza.
Quizás las familias deberíamos dar espacio para que los docentes puedan mostrarnos de lo que son capaces sus hijas e hijos en entorno es de aprendizajes ricos,complejos y sin miedo al fracaso. Un fracaso que el sistema actual perpetúa, aunque todos miremos para otro lado, porque no es fracaso el que lo hace bien bajo cualquier sistema, es un fracaso el sistema que no saca lo mejor de cada uno, más preocupado de las evaluaciones que del aprendizaje, de los profes que de los alumnos, del inspector de turno que de las vivencias.
Quizás cuando nos demos cuenta de que es momento de quitarle la venda a la gallinita, ya sea demasiado tarde para muchos de nuestros niños y niñas.
Mientras tanto, seguimos mareándola.