Siempre he encontrado muchos paralelismos entre el mundo del diseño tecnológico y el mundo educativo.
Entre los dos mundo podemos ver como se repiten ciertos patrones:
Aquellas empresas que viven de rentas y de los diseños de los demás con un único objetivo que es hacer dinero a toda costa, mientras que otras se caracterizan por realizar sus propias creaciones dándoles un sentido personal, único, diferenciado. De la misma manera en educación está la forma de enseñar/aprender de forma homogénea, masificada, unilateral y monótona.
Otra de las cuestiones detestables en ambos entornos es el objetivo o la falta de él. En el mundo tecnológico abundan las empresas que no tiene un objetivo, una filosofía, una forma de crear para llegar al usuario de forma personal, con una combinación de hardware&software que otorgan una experiencia de uso única. En educación, muchas personas estudian… por estudiar, es lo que toca.
Nadie les ha ayudado a que encuentren su objetivo, su “elemento” (como lo llama Ken Robinson), aquello que quieren hacer porque les gusta hacerlo, porque tienen potencial y sobretodo porque les mueve la pasión.
Y al contrario, existen personas que han encontrado esa pasión, han encontrado su objetivo, aquello que les motiva y que, en multitud de veces, lo acaban encontrando fuera del contexto educativo. Al igual que hay empresas cuyo objetivo va más allá de ganar dinero, aunque lo necesitan evidentemente, pero que se afanan en construir y diseñar elementos que les conmueven y cuyo uso es único y personal.
En esa linea, llevo tiempo preguntándome porqué aparecen ciertos elementos tecnológicos, qué los ha llevado a ser diseñados y qué aportan… y otros que evidencian por si mismos un sinsentido y una falta de objetivo más allá de buscar un hueco en el mercado.
Y pondré dos elementos completamente diferentes pero que, a mi modo, reflejan perfectamente ambos polos: el iPad y el Netbook y una reflexión de su uso en educación.
Pero eso queda para el segundo capítulo.